Fue un gregario inolvidable en Reynolds. Su nombre despierta una nostalgia infinita. Anastasio Greciano vive en Galapagar y se alegra de veras de recibir la llamada del periodista
Tiene siete nietos. Se jubiló de la construcción el año pasado, a los 73 años, en el día de nochebuena. “No estaba muy decidido, pero había que poner el final”, explica Anastasio Greciano, que siempre recordará a sus dos hermanos mayores. “Mi hermana me compró a plazos una bicicleta en 1966 y se gastó 4.400 pesetas. Todavía la tengo. Me apuntaba a las carreras porque yo era muy rural. Y mi hermano era capaz de ir a trabajar por otro para que me llevase en la moto a las carreras. Yo iba como un quijote”.
Su principal jefe de filas fue Arroyo.
Bueno, Arroyo fue uno de ellos. Pero también estuve con Perico, con Ocaña media temporada y con Indurain. A punto de retirarme, coincidí año y medio con él. Con 20 o 21 años ya se veía que era un fenómeno. Y también estuve en un equipo que era de Bahamontes: La Casera. Ahora ya vivo de recuerdos. La mayoría agradables, eso sí.
Fue el gregario de los gregarios.
No. Se ha exagerado. Tuvimos un coloquio en Galapagar de ciclismo y cuando se habló de los gregarios se hizo de Nemesio Jiménez y entonces nos pusimos de pie. En el Tour le hizo llegar a Fuente cuando decía que se retiraba y luego ganó dos etapas. Ése sí que es un gregario. Yo soy lo más sencillo del mundo.
Usted lavaba los maillots del Reynolds
No había lavadoras. Arroyo o Perico tenían que descansar más que yo y lo hacía con toda la tranquilidad del mundo. En aquella época era lo normal. Ahora, sin embargo, está todo robotizado. Los tiempos han cambiado. Ahora me cuentan que los corredores llevan almohadas y colchones a los hoteles. Se llevan al extremo las cosas.
¿Y en su época?
Yo recuerdo cuando Perico hace segundo en la etapa reina del Tour en 1983. Nos alojamos cerca de los Pirineos. Al hotel le pegaba el sol durante todo el día y no había quien parase. Era un hotel ya viejo. Pero todo eso entra dentro de cualquier deportista o artista que viaje. No puede ser todo bueno.
Sin ganar apenas nada, fue un ciclista popular en su época.
Se me trató muy bien. Echavarri era un hombre especial. Me aguantó lo que no está escrito. Pero el año que estuve en Orbea con Perico Perurena también se portó estupendamente conmigo. Fui un tipo con suerte. Mi calidad no era para tirar cohetes. Pero creo que a veces hasta me aplaudían.
Perteneció al mítico Reynolds.
La culpa fue de José Miguel, que era un fenómeno. Él fue el que lo cocinó sin hacer ruido. No le gusta dejarse ver. Pero siempre recordaré que nos llevó al Tour porque hablo con Levitan y Goudet, que eran los capos de la carrera. Él les dijo que tenía un equipo joven y que le gustaría probar. Nos cedieron el paso y sucedió lo que sucedió.
Fue en el Tour del 83.
Se había cogido miedo al Tour. Y allí nos presentamos con humildad y se lograron cosas buenas. Fue el resurgir del ciclismo español con Arroyo, que hace segundo y gana la cronoescalada del Puy de Dome, y con un novato como Perico que sorprende a todo el mundo y demuestra que va a ser un hombre Tour.
Fue un verano maravilloso.
No todo, no todo. Siempre recordaré que en la salida se quedan hablando en la cola Perico y Arroyo. La salida era neutralizada a toda leche. Se dan cuenta y tuvieron que ir a relevos porque se quedaban. En cuatro o cinco kilómetros hubo seis caídas. Y recuerdo que un colombiano Abelardo Ríos me preguntó todo tenso: ‘¿aquí siempre se va a así?’ Fue algo que yo no había visto nunca. Una tensión increíble. Luego, se normalizaba todo.
Qué bonito ser ciclista.
Si te gusta, sí. Mi hermana me regaló un poema que decía ‘la bicicleta es una novia dominante que atrapa a todo el que la corteja’. Así de cortito y así de realista, porque fue lo que me pasó a mí. Dios no me dio el poderío de los campeones, pero me concedió facilidad para estar entre ellos. Hay veces que me viene a la mente porque es así.
Mérito y suerte.
Merito, suerte y José Miguel, que me aguantó la leche. Dicen que el tren pasa una vez por tu puerta y hay que cogerle. A mí me ha pasado tres o cuatro y siempre con el mismo maquinista: José Miguel Echavarri, un hombre que me enseñó a andar por la vida.
Y eso no se olvida.
Seguimos manteniendo contacto. Me llama, le llamo. El contacto es habitual. Incluso hemos viajado juntos a Méjico a ver una corrida de toros de José Tomás, que es vecino de mi pueblo. Y a José Miguel no sé que le gusta más, si viajar o ir a ver los toros. Luego, a cualquier sitio que vas hay gente que le conoce. Es un caso único en el mundo.
¿Cómo fue el día después del ciclismo?
No me enteré mucho. Desde los 13 a los 22 años había trabajado en la construcción. Así que volví. Conocía el oficio. No quería dar tumbos. Después de la bicicleta alicatar una cocina me parecía hasta blando. Tengo la suerte de que me ha gustado mi oficio. Con 13 años mi padre me dijo, ‘el lunes vas a ir a trabajar con Zacarías, que era maestro de obras’ porque yo odiaba el colegio. Y me gustó.
¿A qué edad se jubiló?
A los 73 años. He estado más en el oficio. He sido autónomo y me quedaba muy poca jubilación. Cuando llegó el día de jubilarme me di cuenta de que me pagaban menos que al último peón de la obra. Son los riesgos de ser autónomo. Está bien, pero el final es duro.
¿Cómo es su vida ahora?
Aburrida. He dejado el trabajo. Sabía que me iba a pasar esto. Salgo en bicicleta de montaña y con los perros. Vivo en Galapagar a 500 metros del campo. Tengo una cañada que es por donde salgo a montar en bici. Todavía me conoce gente que yo no la conozco. Me gusta que me recuerden. Fue una época muy bonita.