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La ciudad aprende a pedalear

En el futuro que tenemos presente, no hay luces de neón, coches volando, ni futurismo de película. Solo un carril bici, una bicicleta cualquiera, un ciclista más, pero en un entorno cada vez más tecnológico y avanzado. Las innovaciones se notan en cuanto te subes y empiezas a rodar. El semáforo ha cambiado justo cuando llegabas, nadie te ha tocado la bocina, no hay coches pisando la línea. Es como si la ciudad, por fin, supiera que estás ahí y te facilita el pedaleo.

No es casualidad, el Centro de Gestión de la Movilidad de Madrid hace ya más de dos años que inauguró el primer tramo de carriles bici inteligente, con sensores bajo el suelo, semáforos que se adelantan o se retrasan según el flujo ciclista, señales que se ajustan… Y todo eso sin que tengas que hacer nada, solo disfrutar de tu bici.

Lo revolucionario no está en el diseño, ni siquiera en los dispositivos. Está en la lógica que hay detrás, que, por una vez, se ha pensado en quien va en bici y no en función de los coches ni del transporte público. En ti, en tu tiempo y en tu recorrido, en lo que necesitas cuando decides dejar el coche en casa.

Y eso se nota. Lo señalan quienes trabajan al otro lado del río y cruza la ciudad cada día. Antes tenía que parar tres, cuatro veces en cinco manzanas, ahora cruza del tirón. También lo ha notado quien va a clase en bici y se había acostumbrado a esquivar coches como quien juega a las apuestas deportivas, a veces aciertas, a veces no. Ahora es como si todo estuviera mejor pensado, como si el carril no fuera solo un adorno, sino algo que realmente funciona.

Cuando el asfalto también piensa

El sistema lo decide en tiempo real. Si detecta un pico de bicis, cambia el semáforo, si hay poca densidad, lo normaliza. No es magia, sino tecnología para el pedaleo  en entornos urbanos. Esa expresión que hasta hace poco sonaba a eslogan de marca, y que ahora se hace realidad bajo tus ruedas.

Además, los datos que se recogen, se analizan y se usan para mejorar. El propio carril aprende, detecta patrones, sabe que los lunes a las 8 hay más movimiento y que a mediodía el flujo baja. También reconoce que los viernes por la tarde mucha gente pedalea más lento, adaptándose.

No es perfecto, claro. Hay cruces donde aún no se ha implementado y tramos que siguen funcionando con la lógica antigua, pero la diferencia, en lo que ya está en marcha, es abismal. La ciudad no se convierte en Copenhague de la noche a la mañana, pero empieza a moverse en esa dirección.

Y eso cambia cosas, no solo la experiencia de pedalear. Cambia la forma de mirar la calle y el gesto de los conductores. Cambia la sensación de que estás haciendo algo incómodo, alternativo o heroico. No, ir en bici ya no es remar contracorriente, es fluir.

Y cuando eso pasa, cuando por fin sientes que no estás solo pedaleando contra una ciudad hostil, ocurre algo muy simple. Te apetece volver a subirte y disfrutar de la ciudad que, por fin, acompaña en la misma dirección.


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