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“Tras dejar el ciclismo, he estado 30 años trabajando en el taller de mi padre”

Fue Xabier Aldanondo uno de los gregarios de la ONCE de Manolo Saiz. Un ciclista de la clase media que después fue mecánico durante treinta años muy duros y que hoy es un hombre de 57 que, como dice él, vive de las rentas. “Me da para ir tirando”.  

 

El pasado es una mina. Y en el caso de un hombre, que terminó ingeniería, que fue ciclista profesional y que en los últimos treinta años trabajó de mecánico en un taller de coches, quizá lo sea más. Pero ese es el perfil de Xabier Aldanondo, uno de los gregarios de la histórica ONCE de Manolo Saiz. Un hombre que hoy, a los 57 años, vive como quiere vivir. “Ahora, soy dueño de mi tiempo”, explica.

Me gusta hablar con mitos, con gente de ayer.
Mito en mi caso no. Gente de ayer, sí.

Y hay mucho que contar del día de ayer.
Sí. Viví una época muy bonita para el ciclismo. La viví a gusto. Tuve la suerte de caer en la ONCE desde que se creó el equipo. Estuve seis años. Lo vi crecer desde pequeño y, si pudiese, me gustaría volver a repetir la misma experiencia.

Fue bonita.
En el día a día te acostumbras y no lo valoras tanto. Pero ahora, una vez que ha pasado el tiempo, lo ves tan claro. Yo llegué con 21 años después de correr los JJOO de Seúl. Recuerdo que me llamó Manolo Saiz, que me conocía de años anteriores en la selección, y me preguntó si quería pasar a profesionales. No lo dudé.

Ante todo, fue un hombre de equipo.
Con 21 años no se sabe la progresión que puede tener una persona. Eres sólo una apuesta. Luego, es el tiempo el que te coloca. Entonces yo me di cuenta de que no tenía nivel para disputar las carreras. Pero afortunadamente hay otros trabajos. Me convertí en un peón de empresa, en un operario más del equipo.

¿Fue un buen gregario?
Los hubo mejores, porque ahí también hay niveles. Pero yo fui un gregario fino. Nunca ponía una pega a lo que me decían. Daba todo lo que podía por los demás. Me sentía a gusto en ese trabajo y como los jefes obtenían resultados, tenía recompensa.

¿Quién fue su líder perfecto? 
Crucé muchas generaciones. Pero los más agradecidos al trabajo que hacíamos por ellos fueron Jalabert, Zulle y Marino Lejarreta. Eran naturales, tan campechanos como podía ser yo mismo. La única diferencia es que ellos tenían más motor. Pero en la conversación conmigo eran uno más.

¿De qué hablaban en esos años?
De todo. Teníamos muchas horas. Hablábamos hasta de las novias. Luego, cada uno tenía su zona. Pero había muy buena relación a pesar de la tensión, porque había momentos en los que se quiere y no se puede, momentos en los que se te amontonaba el trabajo. Recuerdo que dividíamos las etapas en bloque y uno no siempre tenía calidad para estar en determinadas escapadas.

Han pasado muchos años.
Mi último año fue el 94. Tenía 27. En el equipo venía un relevo generacional. Tenía que dejar paso. Cuando llegó ese momento no hubo problema. Admití el punto y final. Tenía un hijo y, además, tenía trabajo.

¿Qué trabajo?
Cuando dejé de correr estuve un año estudiando. Me quedaba un año para acabar ingeniería electrónica y la acabé. Pero, nada más terminar, al lunes siguiente entré a trabajar en el taller de automoción mecánica de mi padre en Beasain y he estado treinta años de mecánico trabajando muy, muy duro.

Y ahora con 57 años está prejubilado.
No exactamente. Pero hace dos años traspasamos el taller. Y se puede decir que ahora estoy viviendo de las rentas. Tengo mis negocios, mis alquileres. Me da para aguantar y para tirar adelante, sí.

Un afortunado. 
Sí, porque no tengo horario. Al menos, me organizo yo el día y, de momento, estoy muy bien. Me levanto a la misma hora que antes. Pero es distinto porque ya no existe esa obligación de madrugar y lo que hago muchas veces depende de como amanezca el día a día. Yo ya estaba cansado en el taller. Mis jornadas eran como mínimo de diez horas. Había días en los que llegué a hacer 12 o 14 horas. Estaba todo el día con el buzo.

Y las manos manchadas.
Por supuesto. Así nos han conocido todos los de la zona de Beasaín…

¿Y qué le dicen ahora?
Ahora me dicen ‘qué bien vives’, y yo les digo que todavía me quedan horas para hacer…, porque siempre hay cosas que hacer en casa, ir al monte, ir a ver a mi madre, preparar la comida para la familia, hacer la compra, mantener la casa de campo que tenemos…, qué le voy a contar.

Vive en el Norte.
Vivo entre montañas en Guipuzcoa. Es una zona industrial en la que hay que trabajo para el que quiere trabajar. Mi suerte es que siempre he vivido aquí y no me imagino en la ciudad. A mí me gusta esto, andar a gusto con los amigos por el monte…, lo que le decía antes, y así todos los días desde que me levanto a las siete de la mañana.

¿Y qué fue de la ingeniería?
Nada. Acabé y cuando acabé se acabó. Nunca he ejercido de nada. El primer año, en el que dejé de correr, terminé la carrera. Pero salió lo del taller, que era una empresa familiar y mi padre, que necesitaba relevo, quería. Cogí yo las riendas. Fueron muchas horas, fue mucho trabajo hasta que un día hice las cuentas y dije ‘hasta aquí’.

Como hizo en el ciclismo a los 27 años. 
Sí, así es. En la vida hay que tomar decisiones. Cuando le planteé a la familia la posibilidad de traspasar el taller estuvieron de acuerdo y así lo hicimos. En la vida hay que escoger caminos y tener claro que de todas las cosas se sale. Todavía me debería quedar mucha vida a los 57 años. Yo me encuentro bien y a disfrutar con los nuestros.

Suficiente.
Soy una persona normal. Así ha sido mi vida. Me conservo bien. He perdido algo de peso ahora que hago más deporte. Algún achaque en la espalda, en los hombros…, pero en general estoy bien.


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